sábado, 16 de abril de 2011

Un muro de papel

Manuel Calla Apolaya

Hace poco tiempo acudí a la Corte Superior de Justicia de Lima (ex Ministerio de Educación), la cual está ubicada en la intersección de las avenidas Abancay y Colmena, junto al parque universitario. Llegué allí con la finalidad de poder observar los murales que se encuentran en el interior de dicha institución. Mi único objetivo, a raíz de conocer su existencia, era observarlos y, si era posible, fotografiarlos. Sin embargo, lo que constaté, ante mi asombro e insatisfacción, fueron las constantes trabas que se sobreponen en el camino para lo que creí sería una grata experiencia visual.

A mediados del siglo XX, en pleno gobierno militar de Manuel A. Odría (1948 – 1956), y dentro de un programa de reformas que tenía como prioridad el aspecto educativo, la técnica artística del mural[1] tuvo una importante presencia en los espacios institucionales creados bajo las directrices políticas del oficialismo. Basta con mencionar las extraordinarias obras murales que se realizaron en las llamadas Grandes Unidades Escolares, o las que se exhibieron en los distintos ministerios públicos. En este sentido, la propuesta del gobierno de turno era mostrar la monumentalidad de las obras públicas (como las mencionadas Unidades Escolares, las Unidades Vecinales, los proyectos de justicia social a partir de la construcción de espacios públicos, etc.) teniendo en su interior diversos murales que reforzaban la idea proyectada en la infraestructura. De esta manera, se articulaba la obra pública (y monumental) con la obra artística (el mural), permitiendo copar la atención de la gente en función de los nuevos lineamientos perceptivos sobre la realidad cambiante (y, dentro de la propaganda política difundida, enrumbada hacia un futuro alentador) que intentaban forjar Odría y sus seguidores, todo ello motivado por la real transformación que sucedía en la esfera social peruana, limeña por lo menos.
Es importante anotar que en ese tiempo la arquitectura empezó a vincularse con las artes plásticas (sobre todo la pintura), lo que significaría, al final de cuentas, y dentro de las nociones modernas de la arquitectura de entonces, dar importancia al mural como complemento y soporte simbólico del edificio público.

Vayamos al caso de interés. El Ministerio de Educación fue construido entre 1953 y 1956. En su interior alberga una serie de murales que fueron diseñados por artistas plásticos comprometidos con la temática que exhibía la infraestructura y el programa reformador de Odría: transformar la educación nacional. Para ello, además de hacer uso de la materialidad monumental, como el propio ministerio atestigua, era importante mostrar en el mural lo que la escritura en el papel dicta oficialmente. Así, la exhibición pública de los murales, como “La Educación en el Perú” o “Síntesis de la Educación” (1955 – 1963) del artista Teodoro Núñez Ureta, “Educación artística” (1954) de Carlos Quispes Asín, y “La Educación rural” de Enrique Camino Brent, por citar algunos, representó, dentro de una estrategia simbólica que buscaba acaparar los sentidos mediante la imagen plástica o la arquitectura deslumbrante, la forma visual de llevar a cabo un programa que en su dimensión escrita involucraría a una minoría.

Es innegable que el uso de la imagen (la exhibición de un mural) permite una diversidad de perspectivas por parte del público que se detiene a apreciarla. La puesta en marcha de la imaginación es infinita, exista o no una temática que el artista haya intentado plasmar, lo que permite entender, en la propia singularidad del que observa, y dentro de la pluralidad de significados que proyecta un mural, el asunto expuesto en la obra. Así, los murales, y su exposición pública, fueron un imprescindible canalizador, dentro de la diversidad perceptiva del público, de las reformas educativas llevadas acabo por el gobierno Odriísta.

Actualmente, querer apreciar dichos murales, que aún se conservan en buen estado, resulta una interminable visita a incontables oficinas administrativas, solo para que, al final de la pugna, no te permitan observarlas, mucho menos plasmarlas en fotografías. Con un poco de suerte, sería posible hacerlo en diez minutos. El argumento formal por el cual se niega la visualización (sobre todo con fines académicos) de los murales es siempre el mismo: razones de seguridad.

Es penoso constatar como los murales mencionados, que en su origen eran puestas a la vista del público, ahora terminen siendo obras casi inaccesibles para el que desee observarlas con detenimiento y paciencia. Lo que se prioriza es el tramite documentario que se realiza en dicha institución, siendo el fin principal por el cual el público tiene permiso de ingreso en su interior. Si solo se desea apreciar las obras que contiene el edificio, es casi seguro su impedimento.

No hace mucho otros murales que fueron pintados por reconocidos artistas peruanos en las Grandes Unidades Escolares, por el programa de remodelación que lleva a cabo el Ministerio de Educación a través de la Oficina de Infraestructura Educativa, han sido destruidos desconsideradamente, a pesar del valor artístico que contienen. Sería importante revalorar los murales que se encuentran en el Poder Judicial (y también los que se realizaron en otras instituciones) difundiendo al público su existencia y permitiendo su apreciación a quienes conocen de ellos, dejando de lado la antesala del papeleo como pretexto innecesario.



[1] “El muralismo es una técnica en la cual se realiza una pintura sobre un muro o se aplica al mismo. Dicha tendencia artística consiste en la utilización de grandes superficies murales como soporte de la pintura, del mosaico, etc.” (Diccionario Enciclopédico Ilustrado Larousse. Tomo IX, 2005). Este tipo de técnica artística permite poner la obra de los artistas al alcance del público. Además, una de sus características es la expresión plástica cargada de un contenido ideológico, articulada con la ingeniosidad del artista.


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