domingo, 6 de febrero de 2011

Gobiernos militares y secuestros compartidos. El rapto de ciudadanos argentinos en Miraflores (Lima, junio de 1980)


                                                             La subversión es un fenómeno internacional y por  tanto, debe de ser internacionalmente combatida.
Jorge Rafael Videla Redondo


Entre el 12 y 13 de junio del año 1980 fueron secuestrados 3 ciudadanos argentinos en el distrito limeño de Miraflores. Julia Inés Santos de Acabal, Noemí Esther Giannotti de Morfino y Julio César Ramírez fueron los implicados.

Si bien la desaparición y captura de personas de forma arbitraria es condenable, incluso para un gobierno como el de Morales Bermúdez, el secuestro de estos argentinos llevaría a resolver el problema que causaron y/o causarían durante su estancia en Lima.

Para explicar estas desapariciones, habría que describir las circunstancias en las que se encontraban los países involucrados, Perú y Argentina.

Durante el gobierno militar de Morales Bermúdez se intentó resarcir el problema al que, según este gobierno, Velasco Alvarado habría llevado al país luego de su periodo. A fines de agosto de 1985, cuando Morales Bermúdez derrocó al gobierno militar de Velasco Alvarado, una mayoría en el Perú sintió alivio luego de que la derecha trabajara en una campaña satanizando a la primera fase del Gobierno Revolucionario de las FFAA.  La segunda fase de este gobierno revolucionario sería adaptada bajo una serie de cambios económicos, buscando simpatías con el gobierno estadounidense, en ese entonces liderado por su presidente James Carter. La política de Carter fue favorable a la democratización de América Latina, dentro del marco de los Derechos Humanos. Dichas directivas fueron las que supuestamente adoptaría Morales Bermúdez  durante su mandato.

En el marco de cambio de mando, donde asumiría el cargo de presidente el arquitecto Fernando Belaúnde Terry, en julio de 1980, y que marcaría a su vez el “retorno de la democracia representativa” en el Perú, Morales Bermúdez recibiría la visita especial del presidente argentino General Jorge Rafael Videla Redondo. Para ello se reconstruyó y embelleció la avenida Faucett y las calles por donde pasaría aquel invitado (ver figura 1).

Si bien el gobierno de Morales Bermúdez apoyó y colaboró en un principio al gobierno democrático de Carter, ¿qué intensiones tendría para invitar a un presidente que durante su mandato cometió violaciones a los derechos humanos ejecutados en un ambiente de dictadura?

Durante el gobierno de Rafael Videla (1976-1981), y tras el derrocamiento de María Estela Martínez de Perón, se ejecutaron una serie acciones durante el llamado Proceso de Organización Nacional, que  provocaron desapariciones, asesinatos, secuestros y torturas a miles de personas, además de violaciones a los derechos humanos por parte del estado.

El propósito de este proceso, fue el de reprimir a la oposición política e ideológica, catalogada por el gobierno como subversión en muchos casos armada. Durante la ejecución del mismo, la eliminación del derecho a la defensa, la ilegalidad en los procesos de ajusticiamiento y la tortura de los opositores políticos del gobierno fueron frecuentes y más aún cuando la presencia de gremios, estudiantiles u obreros, así como la de militantes subversivos estaba presente.

Es en este contexto de persecuciones y violaciones a los derechos humanos que el gobierno argentino, liderado y representado por su presidente, tendría presencia en el cambio de mando del gobierno del Perú en julio de 1980.

Una relación que podemos encontrar en estos dos gobiernos temporalmente paralelos, es que son de naturaleza militar. Los dos gobiernos asumieron el mando tras un golpe de estado realizado por ellos mismos. La similitud de su forma de gobierno militar, el uno “democrático” y el otro dictatorial, de alguna forma los unió en ese sentido.

Retomando lo primero, al parecer el secuestro de los ciudadanos argentinos se dio en este contexto, de persecuciones y raptos, no solo en el territorio argentino, sino, también en América Latina con el denominado Plan Cóndor u Operación Cóndor. Este plan tenía por función coordinar operaciones entre países latinoamericanos del cono sur. Estos fueron: Chile, Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y Bolivia, además de la colaboración de los Estados Unidos. Estas coordinaciones de dieron en el marco de la doctrina Truman, que consistía en el seguimiento, detención y vigilancia (además de amedrentamientos y violencia física) a personas consideradas por dichos gobiernos como “subversivas” que fuesen contrarias a su pensamiento político militar. Esta colaboración entre países fue una manera de perseguir a la izquierda política presente en la región.

El Perú no era miembro de dicho plan, pero al parecer sí colaboró con el gobierno argentino en la persecución de estos ciudadanos argentinos. (Ver figura 2)  Entonces, ¿quiénes eran estas personas? ¿cuál fue la causa de su secuestro?  

Las personas secuestradas, según lo declarado por Javier Diez Canseco a El diario Marka (ver figura 3), pertenecerían al grupo armado argentino denominado Montoneros. Los Montoneros formaron una organización de la izquierda peronista guerrillera y de acción constante en los años setenta en Argentina. En el año de 1975, esta organización fue declarada ilegal por el gobierno de María Estela Martínez de Perón, lo cual hizo que su accionar y demás actividades pasaran a la clandestinidad. Como organización ilegal y tras el golpe militar en el 76, los montoneros comenzaron a ser perseguidos. La dictadura hizo que muchos de estos militantes padezcan de secuestros y desapariciones, y no solo en Argentina sino también en los países que conformaron la Operación Cóndor. El secuestro de estos ciudadanos argentinos respondería entonces a su pertenencia a esta organización guerrillera. 

Lo que manifestó el gobierno argentino luego de la detención fue que estas personas habrían llegado al Perú para ejecutar un atentado en contra del presidente Rafael Videla durante su arribo al país. Y su estancia en el distrito de Miraflores era porque estas tres personas habrían estado maquinando la acción desde aquí.

Lo que no se sabe hasta ahora es el paradero de estas personas. Según una nota del diario Marka (ver figura 4), su deportación estuvo a cargo del gobierno peruano y argentino. Dichas personas habrían sido entregadas al gobierno boliviano, trasladándolas en un camión del ejército hasta la frontera con este país, y desapareciéndolas luego camino a Argentina. 

Vemos pues que el gobierno de Francisco Morales Bermúdez, en sus inicios supuestamente sustentado en ideas reformistas y democráticas, acabó por apoyar las prácticas violentas y terroristas de su homologo argentino. Ello hace pensar más en las semejanzas de ambos regímenes, que en sus supuestas diferencias con respecto a su posición en el tema de los derechos humanos. 

Talia Choque

 

El buitre que no queremos ser



Hasta hace unos años, cuando aún no era el facebook el medio más popular para compartir todo tipo de informaciones, solía circular, entre las diversas cadenas tipo spam que eran comunes por entonces, un mensaje donde aparecían varías imágenes sobre el hambre en África. La serie de fotografías, bastante crudas por lo demás, se cerraba con una especialmente perturbadora, donde aparecía una niña, aparentemente agonizante, y un buitre al acecho no muy lejos, observándola con una atención nada gratuita. Bajo la foto una leyenda, con no poco sensacionalismo, advertía que fue tomada en Sudán en el año 1993 durante una feroz hambruna y que el fotógrafo, Kevin Carter, había logrado capturar la imagen mientras él mismo se hallaba perdido en ese país. La niña, al parecer, se dirigía a gatas hacia un campo de refugiados situado a unos kilómetros y Carter habría tenido que abandonarla para buscar ayuda. La nota cerraba diciendo que esa fotografía le había hecho ganar luego el premio Pulitzer  y que, un año después, no pudiendo tolerar los remordimientos por no haber ayudado a la pequeña, se suicidaría. 

De las decenas de miles de personas que debieron haber leído ese email, quizás aún  una cifra considerable, luego de agradecer el estar sentado frente a su computadora y no en esa África de guerras tribales e inanición, tuvo la curiosidad de averiguar algo más sobre aquella historia.  Al introducir las palabras “Kevin Carter” o “niña y el buitre” aparecen en Google varios enlaces que hablan sobre la fotografía. Si uno lee algunos de los más serios, comprueba fácilmente lo tergiversada que estaba la información antes mencionada. Kevin Carter, reportero gráfico de nacionalidad sudafricana, en efecto, tomó la imagen, ganó un premio importante por ésta y se suicidó en 1994, cuando tenía 33 años. Pero no estaba perdido en Sudán cuando halló a la niña, ni ésta “se arrastraba” hacia un lejano campo de refugiados. De hecho, ese día Carter, junto a una treintena de fotógrafos de todo el mundo, había llegado a uno de esos campos junto a un equipo de la ONU que repartía alimentos, para retratar la terrible situación de los refugiados. Al estar allí, vio a la niña que se alejaba del sitio donde estaban los otros, al parecer hacia campo abierto, y viendo la posibilidad de poder fotografiarla en una sola toma junto al buitre, apretó el disparador de la cámara y capturó la famosa imagen. La leyenda negra, sin embargo, sería originada por boca del mismo Carter un tiempo después cuando tras recibir el premio dijo: “Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña”.  Fueron estas palabras, y no los hechos, las que harían a la  fotografía tan conocida y lo que sobrevivió finalmente del recuerdo de Carter.

Con esta nada insustancial información, la mayoría de esos curiosos internautas debieron darse por satisfechos. Sólo una cantidad aún más ínfima, quizás de los más curiosos, o alguno que otro arrastrado por el azar, debió llegar a dar con alguna de las páginas donde se reproduce el artículo escrito por el periodista José María Arenzana y el fotógrafo Luis Davilla[1], españoles ambos, y que estuvieron presentes en la zona, sin conocer aún las peripecias de Carter, unos meses después de tomada la fotografía. La información que dan al respecto es tan esclarecedora como impactante. El terreno donde la niña se hallaba al ser fotografiada era el sitio al cual los pobladores acudían a defecar. Por eso la pequeña se halla en cuclillas. La cabeza gacha habla de la debilidad de los niños, victimas de continuos mareos a causa de la desnutrición y de las diarreas crónicas.  Los buitres son de lo más abundante allí y llegan en grandes grupos para consumir las eses.  En suma, lejos de ser un caso poco común, aquella imagen era lo más recurrente que se podría encontrar en la zona. Tal es así que el mismo Davilla, sin conocer aún  la foto que se hizo acreedora del Pulitzer, tomó una muy similar, en la que también se observa una niña sentada sobre el suelo y rodeada de esas aves. De hecho, revela el fotógrafo español, en ese lugar éstas nunca están a menos de diez o quince metros de las personas. Es el zoom de la cámara y la pericia de quien la porta los que hacen el resto. Probablemente lo mismo sucedía con el buitre en  la fotografía de Carter. En eso consistió precisamente su talento: en hacer la toma justa, en  convertir ese paisaje, ya hasta banalizado -porque el horror en ese sitio era la regla y no la excepción-, en una síntesis impresionante de la desolación y la fatalidad, de la indiferencia y lo irremediable de sus consecuencias, que es lo que experimenta uno al observar la foto. Carter, según contaría después Joao Silva, otro colega sudafricano que habría estado junto a él ese día, estuvo esperando más de media hora  a que el buitre abriera sus alas para hacer la escena aún más dramática. Desistió al final de ese afán. Pero logró el retrato que todos conocemos.

¿Y la frase dicha al recibir el premio? Como señala Arenzana, quienes lo conocieron mejor hablan del difícil momento que vivía Carter por entonces. Tenía serios problemas familiares, además de una arraigada tendencia a la depresión que le hacía consumir abundantes dosis de marihuana combinadas con varios medicamentos. Y un día, luego de despedirse de ellos para dar una entrevista sobre el premio, unos amigos de Carter fueron muertos a balazos en un tiroteo. Esto, aunado a las imputaciones que se le hicieron “por no haber ayudado a la niña”, terminaron por mermar sus defensas y explican en toda su dimensión el porqué de esas palabras y de su posterior muerte ocurrida en su auto, donde se introdujo con una manguera que él mismo había conectado previamente por su otro extremo al tubo de escape, abandonándose así a un lento desfallecer por asfixia.

Y sin embargo, lo más impresionante en los sitios web donde figura el artículo de Arenzana no es constatar estos develadores datos, ni tampoco las otras fotografías de niños africanos hambrientos que usualmente lo acompañan, como llamando todavía más la atención sobre este flagelo aún irresuelto. Lo realmente sorprendente es encontrar que, aun con toda esta evidencia que explica fácil y humanamente posible el actuar de Carter, en los varios foros que se abren al respecto, sean la mayoría de opiniones no sólo contrarias a él, sino incluso reprensoras, inquisitivas; como buscando concentrar en la imagen del fotógrafo, y de pasada expurgar de ellos mismos, aquella ignominiosa responsabilidad de la que nadie más quiere hacerse cargo, aun cuando a todos nos salpique un poco. El propio Arenzana lo explica así: “Carter se limitó a recortar un trozo de paisaje para servírnoslo a domicilio… sólo nos troceó y nos regaló el significante; el significado lo pusimos nosotros, espectadores occidentales, atormentados por nuestra sucia conciencia y acosados por los problemas de obesidad extensiva desde la tierna infancia. Carter no era otro predador ni el ejecutor de la niña, no, sino su único redentor. La redimió y esparció la culpa al mundo... Carter no logró salvarla, pero es que eso ya (a unos más que a otros, desde luego) nos correspondería a todos.”

Y de todos los que llegaron a ver la foto, ya sean los accidentales lectores de un correo amarillista, o esos acuciosos  buscadores de un artículo bien sustentado, ¿cuántos recordaron al día siguiente esa desagradable, pero también muy concienzuda sensación, de ser un impasible buitre ante el sufrimiento ajeno? ¿Cuántos no dejaron ese horror en un efímero lapso de buena conciencia?  Y, para seguir restando, ¿cuántos tradujeron algo de esa emoción en una acción reparadora? Y no es que nos pongamos exigentes, pero no se necesita viajar hasta África, ni ser un fotógrafo profesional, para ver en las calles gente miserable o niños muriéndose de hambre.

Javier Baldeón Osorio



[1] El citado artículo se puede leer en la siguiente página: http://www.elmundo.es/suplementos/cronica/2007/595/1174777207.html



Los conciertos de Rock y la experiencia escénica


"Los periodistas dicen que nosotros actuamos en el escenario, nosotros sentimos la música;
ellos actúan cuando hablan bien de la guerra para que más gente se aliste en el ejército..."
Jimi Hendrix

La palabra ‘concierto’ proviene del verbo concertar y significa, según la Real Academia Española, buen orden y disposición de las cosas. Así mismo, también define el ajuste o convenio entre dos personas, o entidades, sobre algo. En música, concierto hace referencia a la reunión de personas en torno a un escenario donde son expuestas las piezas musicales de un solista, una orquesta o una banda. Visto de otra manera, un concierto es una institución momentánea (a diferencia del museo cuya existencia es permanente) en donde se exhiben las obras del artista a través de sí mismo. Y es en esta institución en particular donde la relación ‘artista-público’ se volverá más intima y dejará de lado el carácter mediador de la obra en solitario.  El regocijo estético ya no radica únicamente en la obra, sino, en la performance del autor. 

Todo concierto llama a la masificación y, por ende, al diálogo tácito entre los individuos asistentes y los que brindan el evento. Un concierto, sea cual sea el estilo musical a exponerse, siempre requerirá de algunos elementos básicos: un escenario y su temática, tecnología de soporte, plataformas de sonidos, instrumentos, parlantes, un sonidista, una banda y, obviamente, un público. La asistencia del público dependerá mucho del gusto por el género musical que se interprete, la afición que se tenga por el artista, el lugar a realizarse, los costos del evento, entre otros. 

Existen diversos tipos de conciertos y en cada uno de ellos se puede observar una dinámica distinta. Esta dinámica estará vinculada a la cultura que gira en torno del grupo receptor y se caracterizará por algunos patrones como la vestimenta y los accesorios. Estos últimos crearán un ‘estilo’ que será asociado con la música que escuchan -los reggetoneros o los punk, por ejemplo- creando una forma identificadora.

Hoy quisiera escribir sobre los conciertos de Rock debido a que, a mi parecer, expone con una mayor claridad  toda la parafernalia conciertistica. Esto no quiere decir que los conciertos de este género son mejores frente a otros. Como decía anteriormente, cada uno goza de una dinámica distinta.

Debido a la misma naturaleza enérgica del Rock, los conciertos suelen gozar de equipos potentes que amplifican los sonidos. No es extraño encontrar en los escenarios de bandas como Megadeth, Deep Purple, Led Zeppelín o Iron Maiden, el montaje de enormes torres de parlantes y amplificadores (de marcas mundialmente reconocidas como Marshall, Fender, Laney, AMPEG, Peavy, entre otros) sobre y alrededor del escenario. La potenciación de la experiencia musical es uno de los ejes centrales dentro de este género y dista mucho de la experiencia de escuchar una grabación. Desde el sonido hasta la proximidad con el artista, una reproducción en vivo es alimentada por la relación entre público-banda y el espacio congruente que se produce. La movilización de los asistentes, los altos decibeles y el desarrollo del artista (o banda) en el escenario, su actuación, entre otros factores más, serán una mezcla explosiva… lo que en letra de AC-DC podríamos denominar un T.N.T.
 
Esta experiencia pasa por un momento de individualización que se va concretizando a medida que la masa se transforma en un espacio identificatorio. Así mismo, se crean ciertos convencionalismos que ayudan a una convivencia en un espacio constantemente invadido y turbulento. Por ejemplo, ¿no es acaso molesto cuando vamos caminando por una avenida o un centro comercial y alguien nos golpea intempestivamente al paso? En un espacio tan agitado como un concierto de Rock esto sería minimizado (más no olvidado) debido a las condiciones de euforia que se reproducen en una buena parte de los asistentes. 

Si conjugamos al individuo en un espacio de placer y autonomía (temporal), de olvido de sí mismo más no de su entorno, de naturalidad y, en algunos casos, contracultural, sumados a los impulsos generados por la potencia musical, los resultados pueden ser liberadores y catárticos. En otras palabras, una pequeña revolución del individuo para con el individuo. 

Un fenómeno de liberación muy peculiar es el denominado ‘Pogo’. El pogo será una experiencia límite en el individuo, un espacio de violencia armónica donde las reglas de conducta se ven reducidas a principios básicos de cooperativismo (como obviar el exceso de violencia o levantar a un caído para evitar lesiones). Maximizado por la potencia de los instrumentos y el sonido en vivo, el ‘pogo’ es un ritual de lo más arraigado dentro de la escena rockera mundial. 

Obviamente, no todos los conciertos de Rock requieren un asedio de lo que consideramos nuestro espacio. Un unplugged, por ejemplo, no cumplirá con las mismas características que un concierto habitual. No obstante, aparecerán otros convencionalismos tales como ‘no gritar durante el recital’, ‘no lanzar objetos al escenario’ y algunos otros derivados. En todo caso la responsabilidad que existe entre artista/grupo-público es un ítem inviolable para evitar descontentos o, en el peor de los casos, tragedias que eviten futuros eventos.

Conciertos como los que Pink Floyd realizó entre 1980 y 1981 son un buen ejemplo de lo que significa la experiencia escénica. Pink Floyd se encontraba promocionando The Wall (que es sin duda una de las canciones más importantes del Rock mundial). Su puesta en escena consistía en un gran muro que separaba a los músicos del público pero, a medida que avanzaba la canción, el muro era derribado. Ello suponía, metafóricamente, el restablecimiento de la ‘comunicación’ entre el grupo (el sujeto artístico) y los asistentes (el perceptor). 

Si bien existen otras artes que gozan de un espacio en el cual el artista y el espectador interactúan -como el teatro- la revolución que genera un concierto dista mucho de cualquier otra  experiencia escénica. Esto, a mi parecer, es porque el primer contacto que se busca dentro de un concierto es de un ámbito abstracto. La música no se puede tocar, probar, oler o ver… es el encadenamiento mental de los sonidos [el abstracto] lo que la caracteriza. El concierto potencia los demás sentidos por medio de, como lo dije en un inicio, la performance del artista, permitiendo una experiencia más amplia tanto individual como grupalmente.

Pablo Reyes Bravo

Violencia y seguridad ciudadana en Puerto Nuevo (2)


Hace algunos años se implementó un programa piloto en el Callao que intentaba solucionar el problema de la inseguridad ciudadana. Dicho programa piloto, llamado Seguridad Chalaca,  fue comandado por el entonces alcalde del Callao Félix Moreno, el cual estuvo constituido por un grupo amplio de personas que tenían como función principal mantener la seguridad vecinal en las diferentes zonas del Callao. Este sistema de mantenimiento de la seguridad vecinal aún sigue vigente en el Callao, teniendo diversos resultados en las zonas en que se llevó acabo. En este sentido, describiré  algunos elementos importantes de este programa desde su realización en la zona de Puerto Nuevo. Lo que me interesa mostrar es un fenómeno que abarca al presente artículo: las transformaciones que sufre el programa oficial de seguridad ciudadana en su desarrollo práctico en la zona de Puerto Nuevo.

En los últimos diez años, el Gobierno Regional, la Municipalidad y la Jefatura Provincial PNP del Callao han trabajo en conjunto tratando de disminuir la incidencia de inseguridad ciudadana en dicha Provincia Constitucional. Diversas medidas fueron tomadas; entre ellas tenemos trabajo interconectado entre las comisarías de las zonas que componen el Callao, formación de brigadas vecinales, patrullaje en motocicleta, sistemas vecinales de autoprotección, la creación de un Escuadrón Verde, etc. Todas estas estrategias, tendientes a transformar el sistema de seguridad ciudadana en el Callao, tuvieron distintos resultados (en muchos casos positivos), ya que un aspecto siempre a tener en cuenta son los recursos y la logística disponible para poner en marcha lo que se dispone en el papel. En este sentido, no bastaba con el aumento de personal de seguridad en las distintas zonas del Callao para erradicar con las prácticas delictivas que la aquejaban (y la aquejan), sino, además, tener el acceso a los recursos necesarios para facilitar las estrategias desplegadas (motocicletas, sirenas, material de defensa, etc.).  

Sin embargo, existe un aspecto que quiero destacar dentro del conjunto de estrategias abordadas: la participación de la propia comunidad en la erradicación de la inseguridad ciudadana. En este punto entran en juego una serie de elementos que nos permiten entender con mayor amplitud lo que implica promover la participación de los propios vecinos en la solución de sus problemas de seguridad y la ambigua puesta en escena de un programa colectivo como es el de Seguridad Chalaca. Debemos de tener en cuenta las prácticas genuinas de los actores sociales que establecen sus lógicas en la configuración de sus propios sentidos de vida, lo cual posibilita redefinir la institucionalidad de algunas funciones puestas en escena.

Nuestro espacio de referencia es Puerto Nuevo. En esta zona el programa Seguridad Chalaca se puso en práctica teniendo en cuenta la misma premisa que en las otras zonas: participación de los vecinos del sector en la obtención de información valiosa que permita a la policía realizar operativos cada cierto tiempo con la finalidad de disminuir los índices de inseguridad (robos, enfrentamientos entre bandos, microcomercialización de drogas, etc). Evidentemente su función principal es resguardar de los peligros que se ciernen sobre la zona. Por otro lado, el programa puesto en marcha por los entes oficiales estiman como positivo que sus integrantes sean del mismo sector (vecinos), ya que esto permite un “mejor conocimiento” de la realidad de Puerto Nuevo. Sin embargo, dichos integrantes terminan siendo sujetos mediadores entre la oficialidad del programa de seguridad vecinal y la estructura genuina que rige la vida en la zona. No es solo un conjunto de personas que informan al Supervisor (personaje que cada cierto tiempo recaba la información de los de Seguridad Chalaca sobre lo sucedido en el plano delictivo en la zona, el cual coordina con serenazgo las desiciones a tomar) lo que ocurre cotidianamente en el sector, sino, sobre todo, sujetos que articulan y lubrican las redes sociales que están constituidas en su propio espacio. Es decir, los miembros de Seguridad Chalaca se ubican en un doble sentido: informantes de la “realidad” de Puerto Nuevo (para el Supervisor oficial) y fortalecedores de la red social local. Esta red social se constata en la pugna entre bandos de la misma zona, debido a conflictos que son mantenidos tiempo atrás o por el control de micro sectores de poder que permiten una circulación más fluida en la zona.

Al conversar con una madre de familia del sector que pertenece a Seguridad Chalaca, mencionaba que ellas (o ellos) no podían controlar el conflicto entre bandos que impera en la zona debido a las represalias que pueden sufrir. Es decir, los miembros de la seguridad vecinal están acaparados por la lógica estructural que se despliega en la zona en relación al sentido que tiene la noción de seguridad. Las redes sociales establecidas en la zona (familias con un ejercicio de poder mayor en el sector, relaciones interfamiliares, vínculos con otros grupo de otras zonas como Corongo o Chacarita, etc.) y la lógica que se establece en las interrelaciones personales se sobreponen a la puesta en marcha de un programa de seguridad ciudadana que mira desde afuera la estructura de funcionamiento de la seguridad en Puerto Nuevo. En este sentido, y en palabras de los mismos miembros del programa, su labor se limita a cuidar los parques y jardines, además de no permitir el deterioro del espacio público. “Tirar dedo al otro” es hacer tambalear la estructura de funcionamiento de las redes sociales locales.

Así, por un lado está el programa oficial de seguridad vecinal (cuyos miembros son personas que integran familias de la zona con diversas disputas de poder) y por otro las formas en que se relacionan las personas en la zona. 

M.C.A.


EDITORIAL




“No hay primera sin segunda” reza el dicho. Y parece estar en lo cierto.

Luego de algunos meses de preparación, Alumno Libre se complace en presentar la serie de artículos que conformarán esta segunda publicación. 

Hoy volvimos a las aulas para reafirmar lo sostenido hace algunos meses: aprender, opinar y proponer en la diversidad que nos caracteriza. Este espacio es muy importante para sus integrantes y queremos hacerlo llegar a todas aquellas personas que se sienten como un Alumno Libre más.

Así mismo, también es importante para nosotros las críticas que recibamos de Uds., nuestro público, porque solo mediante ellas es que nosotros podemos darnos cuenta de los errores (o aciertos) que tenemos. Comentar es el inicio del diálogo. Queremos dialogar ¡queremos aprender!

En esta entrega tendremos cuatro artículos que han sido elaborados según los gustos de sus atores. Cada uno de ellos tratado de la mejor manera posible para que el lector se sienta interesado.

Deseamos que sea de su agrado y esperamos sus comentarios. Gracias.

Atte.
Alumno Libre